viernes, 12 de diciembre de 2014

Texto Curatorial por Ignacio Szmulewicz


Risas macabras en horas de ensueño

Ignacio Szmulewicz R.


El trabajo de Catalina Villalba es irónico, sarcástico y grotesco. Sus imágenes se ofrecen al espectador imbuidas de un aura de misterio (claroscuro) y a la vez con fuertes vectores de sátira política (nuevo capítulo en la historia de la caricatura). Basadas en un análisis del espacio exhibitivo –manteniendo esa tradición de la crítica institucional de los sesenta y setenta–, las imágenes se construyen desde esta operación que es una de las armas más fuertes con la que actualmente los artistas se posicionan, protegen y cuestionan los horizontes y marcos que las instituciones le entregan a la producción de arte. El espectador, entonces, ingresa a un universo a la vez ajeno y propio; se encuentra plantado dentro de un lenguaje original que la artista ha elaborado con referencias a la ilustración, el cine, los comics y libros para niños. Sin embargo, al observar los rostros y alusiones reconoce con sorpresa ominosa esas presencias históricas que lo perturban.
En el medio local, la crítica institucional ha sido propiedad del arte conceptual y post-conceptual. Sus exponentes han dejado claro que se trata de una operación instalativa-arquitectónica (Gonzalo Díaz, Sebastián Preece), objetual (Patrick Hamilton, Camilo Yáñez) o bien pictórica (Juan Domingo Dávila o Carlos Altamirano). Pocas veces el humor ha sido desbocado por medios más blandos (el Milan Ivelic de Papas Fritas) y el dibujo nunca se ha pensado como herramienta deconstructiva o, para qué decirlo, destructiva –en su acepción positiva–. Tal vez sea un Álvaro Oyarzún quien primero haya visto la potencia de la gráfica en alterar los rostros del poder (o un Dittborn).
En muchos casos, por tratarse de un ejercicio tan académico y primordial en el arte –compartido por otras disciplinas como el diseño o la arquitectura– se le ha desestimado el poder deformador que tiene con la realidad en términos de emanación pulsional y mecánica que proviene del individuo. Una continuidad entre el ojo, la mano, la mente y la realidad que permite entender la crítica como un ejercicio visual, veloz, feroz y frágil con respecto a sus pares en la instalación, el video o la fotografía. Prescindiendo de la mediación, o mejor dicho, reduciendo la mediación, este ejercicio es a la vez investigativo pero pulsional, como los rayados en los baños o los dibujos en las mesas en momentos de ocio al escuchar a profesores somníferos (véase Ferris Bueller).
Catalina Villalba no teme en proponer su obra como un ejercicio gráfico de investigación crítica sobre el propio lugar de exposición (cuestión expansiva para la trayectoria por venir). Esto supone una postura como artista –una manera de entrar al circuito– y una visión hacia el arte –un más allá del dibujo–. No está demás decir que se trata de una obra desplazada. Aun cuando el espectador imagina soportes tradicionales (libros o cuadernos) para esta práctica, la artista ha decidido entregarse a los muros de la galería. Proponiendo en el muro un paisaje natural onírico, sus personajes pastan por las praderas cual Heidi, en calma y placidez, sólo perturbable por las risas de los espectadores. En eso, finalmente, se juega una vocación pública –con menos grandilocuencia– que coloca a la artista en un umbral de posibilidades y decisiones. ¿Qué significa un arte crítico hoy en día? ¿Dónde residen sus posibilidades? ¿Qué valor tiene mantener el horizonte del cubo blanco para tales operaciones? Con estas preguntas, el espectador puede imaginar posibles vías de exploración: volcarse a los soportes librescos (una especie de Joe Sacco chilensis); al caos de la ciudad (un AntiCristo del arte) o bien proseguir destruyendo la santidad museal de los espacios de arte (que bastante falta le hace al arte chileno).
Hacia dónde nos lleve su obra es todavía un misterio. Por ahora, ese mundo está poblado de falsas historias, verdades ocultas, todas pasadas por la aparente bondad del balar. El contar ovejas al dormir como ejercicio de relajo ha llegado a su fin luego de la exposición de Catalina Villalba. Cada vez que una de las peludas saltarinas aparezca en las horas de ensueño una risa alegre y macabra recorrerá las bocas todos. 



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