Risas macabras en horas de ensueño
Ignacio Szmulewicz R.
El trabajo de Catalina Villalba es irónico,
sarcástico y grotesco. Sus imágenes se ofrecen al espectador imbuidas de un
aura de misterio (claroscuro) y a la vez con fuertes vectores de sátira
política (nuevo capítulo en la historia de la caricatura). Basadas en un
análisis del espacio exhibitivo –manteniendo esa tradición de la crítica
institucional de los sesenta y setenta–, las imágenes se construyen desde esta
operación que es una de las armas más fuertes con la que actualmente los
artistas se posicionan, protegen y cuestionan los horizontes y marcos que las
instituciones le entregan a la producción de arte. El espectador, entonces,
ingresa a un universo a la vez ajeno y propio; se encuentra plantado dentro de
un lenguaje original que la artista ha elaborado con referencias a la
ilustración, el cine, los comics y libros para niños. Sin embargo, al observar
los rostros y alusiones reconoce con sorpresa ominosa esas presencias
históricas que lo perturban.
En el medio local, la crítica institucional ha
sido propiedad del arte conceptual y post-conceptual. Sus exponentes han dejado
claro que se trata de una operación instalativa-arquitectónica (Gonzalo Díaz,
Sebastián Preece), objetual (Patrick Hamilton, Camilo Yáñez) o bien pictórica
(Juan Domingo Dávila o Carlos Altamirano). Pocas veces el humor ha sido
desbocado por medios más blandos (el Milan Ivelic de Papas Fritas) y el dibujo
nunca se ha pensado como herramienta deconstructiva o, para qué decirlo,
destructiva –en su acepción positiva–. Tal vez sea un Álvaro Oyarzún quien primero
haya visto la potencia de la gráfica en alterar los rostros del poder (o un
Dittborn).
En muchos casos, por tratarse de un ejercicio
tan académico y primordial en el arte –compartido por otras disciplinas como el
diseño o la arquitectura– se le ha desestimado el poder deformador que tiene
con la realidad en términos de emanación pulsional y mecánica que proviene del
individuo. Una continuidad entre el ojo, la mano, la mente y la realidad que
permite entender la crítica como un ejercicio visual, veloz, feroz y frágil con
respecto a sus pares en la instalación, el video o la fotografía. Prescindiendo
de la mediación, o mejor dicho, reduciendo la mediación, este ejercicio es a la
vez investigativo pero pulsional, como los rayados en los baños o los dibujos en
las mesas en momentos de ocio al escuchar a profesores somníferos (véase Ferris
Bueller).
Catalina Villalba no teme en proponer su obra
como un ejercicio gráfico de investigación crítica sobre el propio lugar de
exposición (cuestión expansiva para la trayectoria por venir). Esto supone una
postura como artista –una manera de entrar al circuito– y una visión hacia el
arte –un más allá del dibujo–. No está demás decir que se trata de una obra
desplazada. Aun cuando el espectador imagina soportes tradicionales (libros o
cuadernos) para esta práctica, la artista ha decidido entregarse a los muros de
la galería. Proponiendo en el muro un paisaje natural onírico, sus personajes pastan
por las praderas cual Heidi, en calma y placidez, sólo perturbable por las
risas de los espectadores. En eso, finalmente, se juega una vocación pública
–con menos grandilocuencia– que coloca a la artista en un umbral de
posibilidades y decisiones. ¿Qué significa un arte crítico hoy en día? ¿Dónde
residen sus posibilidades? ¿Qué valor tiene mantener el horizonte del cubo
blanco para tales operaciones? Con estas preguntas, el espectador puede
imaginar posibles vías de exploración: volcarse a los soportes librescos (una
especie de Joe Sacco chilensis); al caos de la ciudad (un AntiCristo del arte)
o bien proseguir destruyendo la santidad museal de los espacios de arte (que
bastante falta le hace al arte chileno).
Hacia dónde nos lleve su obra es todavía un
misterio. Por ahora, ese mundo está poblado de falsas historias, verdades
ocultas, todas pasadas por la aparente bondad del balar. El contar ovejas al
dormir como ejercicio de relajo ha llegado a su fin luego de la exposición de
Catalina Villalba. Cada vez que una de las peludas saltarinas aparezca en las
horas de ensueño una risa alegre y macabra recorrerá las bocas todos.
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